lunes, 13 de abril de 2009

El sindrome Rebecca

¿Qué segunda relación no tiene una rebeca particular? Y no me refiero a una chaquetita de punto,no... Estoy hablando del fantasma que asola las relaciones treitañeras y qué decir a partir de ahí...

Supongo que la mayoría conoce el clásico de Daphne du Mourier en el que una encantadora joven se enamora de un magnate que la lleva a su mansión y en esta se va encontrando la presencia de su difunta y anterior esposa.
Pues esta novela se reinterpreta cada día en millones de apartamentos en los que convive una pareja y la sombra del o la EX.

La primera vez que me encontré con mi Rebeca fue cuando mi novio me ofreció un zumo en un vaso de cristal con dibujos de margaritas. ¿Sensibilidad y gusto por las flores silvestres en ese chico que acababa de conocer? Para nada. El vaso era de "rebeca" que lo había dejado como prueba de que habían vivido juntos y desayunado felizmente durante 2 años.

A partir de ahí hubo múltiples margaritas que iban floreciendo por un aparente piso de soltero: Un cepillo de pelo abandonado, una toalla demasiado femenina, un inquietante cabezal de cepillo de dientes oxidado, sábanas salpicadas de tulipanes...
Además de su sórdido gusto por las flores y el mimbre, "rebeca" dejó de recuerdo también algunas margaritas emocionales que sortear.
Sin embargo he de reconocer a mi pesar que en materia de hombres, coincidimos.

Lo irónico de asunto es que una puede ser también una condenada viuda negra para otra persona. Por ejemplo, la actual novia de mi ex tiene que verse la cara todos los días enmarcada en una ridícula cenefa que yo escogí y vive rodeada de colores tan absurdos como el "púrpura cabaret" o el "pistacho glam". Por no hablar del tatuaje que mi ex y yo compartimos en un momento y un país de locura transitoria...
Al fin y al cabo las flores no están tan mal.